‘La canción’ parte de un supuesto bastante divertido: ¿y si Carmen Polo hubiera sido fan de Eurovisión y hubiera convencido a su marido, el Generalísimo, de lo beneficioso que sería para la imagen de España ganar el festival? Sea cierto o no (como para saber qué era verdad en una época en la que el régimen arrojaba a estudiantes por las ventanas y lo disfrazaba de suicidio), lo indiscutible es que, en 1968, RTVE, por encargo de Fraga, montó una auténtica operación ‘La, la, la’ con el objetivo de ganar Eurovisión y demostrar a Europa que sí, que España era tan moderna como Francia o Inglaterra.
La victoria en Eurovisión fue un poco nuestra llegada a la Luna, como han comentado los creadores de la miniserie, Pepe Coira y Fran Araújo, conocidos por otras ficciones de Movistar+ como ‘Hierro’ y ‘Rapa’. Un chute de orgullo y autoestima nacional en un país con un régimen que presumía de aperturista, pero que solo un año después decretó el estado de excepción en todo el territorio (lo habitual era limitarlo a Asturias y Euskadi), aplicando el toque de queda y suspendiendo las garantías constitucionales.
La intrahistoria de ‘La, La, La’ es de sobra conocida, con todo el lío catalanista montado alrededor de “Juan Manuel” Serrat y la elección a última hora de la Tanqueta de Leganitos, que estaba de gira por Latinoamérica gracias a su melocotonazo ‘Rosas en el mar’. Pero, como se indica al principio del primer episodio, ‘La canción’ no es una serie histórica; no pretende ser cien por cien fiel a los hechos (hay un constante juego entre ficción y realidad con las imágenes de archivo), sino fantasear sobre cómo éstos pudieron desarrollarse.
Los protagonistas no son Serrat (Marcel Borrás) ni Massiel (Carolina Yuste), sino un joven burócrata ficticio (Patrick Criado) y un personaje real, el realizador televisivo austriaco Artur Kaps (marido de la mítica Herta Frankel), a quien da vida con muchísima vis cómica Alex Brendemühl. En este sentido, ‘La canción’ es casi una buddy movie, la peripecia de una pareja antagónica que une fuerzas para alcanzar un objetivo común.
Lo mejor que se puede decir de la serie dirigida por Alejandro Marín (‘Maricón perdido’, ‘Te estoy amando locamente’) es que es tan ligera y frívola como una canción de Eurovisión. Ni se agarra a la nostalgia costumbrista y folletinesca como un episodio de ‘Cuéntame’, ni utiliza el festival como mera excusa para hablar de “temas importantes”. De hecho, cuando se detiene demasiado en esos “temas importantes”, como en la algo forzada trama LGTB+ -que parece sacada de un descarte de ‘Te estoy amando locamente’- es cuando peor funciona.
Muy bien ambientada, narrada con un notable equilibrio entre drama, comedia, suspense y mitomanía, ‘La canción’ ofrece un retrato festivo pero crítico de la España autoritaria, casposa y acomplejada del franquismo desarrollista, al tiempo que lanza una mirada celebratoria a la Eurovisión de los sesenta como fenómeno cultural y social en plena expansión. ¿Qué tal una segunda parte sobre la celebración del festival en España en 1969, lavado de cara incluido al estilo de los JJ. OO. del Berlín nazi, y su rocambolesco final?